HAROLDO CONTI – LA BALADA DEL ÁLAMO CAROLINA

Su voz (la de Haroldo Conti) dice palabras de mucha hermosura, cuando él se pone a contar, la memoria corre con tanta inocencia y libertad, que uno la siente capaz de saltearse para siempre el día de la muerte.” Eduardo Galeano

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Estos tiempos de cuarentena, de confinamiento, estricto en mi caso en razón de mi edad y de la debilidad de mis pulmones, son tiempos de relectura, ese placer tan particular de volver a navegar en aguas que no por conocidas no dejan de reservarnos nuevas sorpresas y encandilamientos.
Hoy vuelvo a leer La balada del álamo carolina de Haroldo Conti, gran escritor argentino asesinado por la sangrienta dictadura militar en mayo de 1976.
Conti fue asesinado por humanista. Para los regímenes autoritarios y reaccionarios, los humanistas parecen ser mucho más peligrosos que los violentos.
Descubrí a este autor a fines de los años 60 cuando leí su novela Alrededor de la jaula. La poesía de esta novela de iniciación, una poesía con los pies bien plantados en el barro, me conmovió durablemente.

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Hoy tengo en mis manos la edición de Página12, años 90, de La balada del álamo carolina, publicado originalmente en 1975.
Conti vuelve aquí al paisaje de su infancia y su adolescencia, Chacabuco, en la provincia de Buenos Aires.
La escritura regionalista, pero de alcance universal, está emparentada con la de Roberto Arlt y Horacio Quiroga. Ciertos personajes, como el enamorado y tímido señor Pelice y la señorita Haydée, podrían ser los de un cuento de Maupassant.

El cuento que da título al libro, un bello ejemplo del arte de Haroldo Conti, nos muestra el paisaje, y aún la vida, en ese rincón agreste de la provincia desde la perspectiva del árbol, tótem protector de una manera de vivir.

“Uno piensa que los días de un árbol son todos iguales. Sobre todo si es un árbol viejo. No. Un día de un viejo árbol es un día del mundo.
Este álamo Carolina nació aquí mismo, exactamente, aun­que el álamo Carolina, por lo que se sabe, viene mediante estaca y éste creció solo, asomó un día sobre esta tierra entre los pastos duros que la cubren como una pelambre, un pastito más, un miserable pastito expuesto a los vientos y al sol y a los bichos.
Y él creyó, por un tiempo, que no iba a ser más que eso hasta que un día notó que sobrepasaba los pastos y cuando el sol vino más fuerte y templó la tierra se hinchó por dentro y se puso rígido y sentía una gran atracción por las alturas, por trepar en dirección al cielo, y hasta sintió que había dentro de él como un camino, aunque todavía no supiese lo que era eso, lo supo recién al año siguiente cuando los pastos quedaron todavía más abajo y detrás de los pastos vio un alambrado y detrás del alambrado vio el camino, que es una especie de árbol recostado sobre la tierra con una rama aquí y otra allá, igual de secas y rugosas en el invierno y que florecen en las puntas para el verano, pues todas rematan en un mechoncito de árboles verdaderos. (…)
Fue en este verano, cuando el sol estaba bien alto y la sombra era más negra, que el hombre se acercó por fin hasta el árbol. Él lo vio venir a través del campo, negro y preciso sobre el caballo sudoroso. El hombre bajó del caballo y penetró en la sombra. Se quitó el sombrero cubierto de tierra, después de mirar hacia arriba y aspirar el fresco que se descolgaba de las ramas, y se quitó el sudor de la frente con la manga de la camisa.
Después el hombre, que parecía tan viejo como el viejo álamo Carolina, se sentó al pie del árbol y se recostó contra el tronco. Al rato el hombre se durmió y soñó que era un árbol.”

Una manera de vivir a la que vuelve momentáneamente Pedro en Mi madre andaba en la luz. Una manera de vivir simbolizada por la mesa de madera quemada por los cigarros del padre, ya fallecido pero presente, la cocina Carelli donde la madre cocina el puchero de gallina, el baile en el Club Sportivo y Recreativo, a la que vuelve Pedro para volver a los pocos días a la villa miseria porteña donde vive y a la fábrica donde trabaja.

Atravesó la villa saludando a un lado y otro con la valija en la mano y el paquete de la vieja debajo del brazo. El rengo Correa estaba remendando el techo de la casilla mientras la vieja, dentro, gritaba como una condenada, que era su modo de hablar. Se oían varias radios a la vez y, por encima de todo, la voz de queso de Carlitos «Pueblo» Rolan que cantaba ese chiquichá Ahí evita a estosviene la ambulancia.
«Cascote» se puso a ladrar apenas dobló la esquina. Le quitó la cadena y casi lo voltea de puro contento. Le tiró una patada sin intención y saludó a la Beba que había sacado la cabeza llena de ruleros por la ventana de al lado.
Dobló con cuidado la ropa y la metió en el cajón de embalar que usaba como ropero. Después se puso el mameluco y antes de salir contó el puñado de billetes ajados y grasientos que le quedaba encima. Tenía que tirar con eso toda la quincena. Bueno, por lo menos estaba al día con el crédito y ese fin de semana minga de joda. Tal vez podía conseguir una changa.
Volvió a cruzar las vías y trepó al terraplén. Apuró el paso, sin matarse, para alcanzar a los muchachos. Allí iban todos, el Aldo y el Beto y el Rulo, gritando y riendo en dirección a la mole oscura de la Papelera.”

Tranquilamente, sin quejas ni protestas. Lo que da una fuerza mayor al retrato de la injusticia social.
Este tono melancólico, no desprovisto de humor, se transforma, en Devoción y Bibliográficas, en un humor duro y salvador para sus protagonistas, un obrero que fabrica jaulas, enjaulado en una vida matrimonial difícil de soportar, y un novel escritor estafado por un supuesto editor. Un humor casi expresionista que  evita a estos hombres hundirse en el infierno.

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Otros paisajes, también amados por Conti, aparecen en los últimos textos, fluviales y marinos,  argentinos y uruguayos. Son mucho más ejercicios de memoria que cuentos.

Vuelvo a patear las calles vacías y dando un rodeo paso, en este orden, por frente a la casa de doña Miquina, que debe andar por el centenario, según ella gracias al vasito de agua de mar que bebe todas las mañanas y que yo he bebido también con el estruendoso resultado de una cursiadera que casi me mata antes de los cuarenta, frente a la casa de los Legido, trotadores de gigantescas distancias, mis amigos queridos, el Juanea y la Poppy que un día de soles me acompañó hasta el Cabo Polonio con un traje largo y un bolso de petit point nada más que para constatar la frase y firma que estampó su padre cuando gobernaba aquel otro faro montado sobre recias piedras con luz blanca a destello cada doce segundos y radiofaro circular con un alcance de trescientas ochenta millas, alumbrando memorables catástrofes y las fantasmales islas de Torres que, en la distancia, simulan una verdadera ciudad.”

Al cerrar este libro me queda una pregunta sin respuesta. ¿Qué esperanza de obras maestras sesgó la siniestra guadaña de la dictadura al quitarle la vida al hombre Haroldo Conti?
Haroldo Conti, un escritor que nos contó sus aldeas para así contarnos el mundo.

Sa voix (celle de Haroldo Conti) dit de mots très beaux, quand il se met à raconter, la mémoire  court avec tant d’innocence et de liberté, que l’on se sent capable de passer outre pour toujours, le jour de la mort.” Eduardo Galeano

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Ces temps de quarantaine, de confinement, strict dans mon cas en raison de mon âge et de la faiblesse de mes poumons, sont des temps de relecture, ce plaisir si particulier de renaviguer des eaux qui même en les connaissant, ne cessent de nous réserver de nouvelles surprises et de nouveaux éblouissements.
Je relis aujourd’hui La balada del álamo carolina (La ballade du peuplier de Caroline) de Haroldo Conti, grand écrivain argentin assassiné par la sanglante dictature militaire en mai 1976.
Conti fut assassiné car humaniste. Pour les régimes autoritaires et réactionnaires, les humanistes semblent beaucoup plus dangereux que les violents.
Je découvris cet auteur vers la fin des années 60 quand je lus son roman  Alrededor de la jaula (Autour de la cage). La poésie de ce roman d’initiation, une poésie avec les pieds bien plantés dans la boue, m’émut durablement.

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Aujourd’hui j’ai entre mes mains l’édition du journal Página12, des années 90, de La balada del álamo carolina, parue à l’origine en 1975.
Conti revient ici au paysage de son enfance et de son adolescence, Chacabuco, dans la province de Buenos Aires.
L’écriture régionaliste mais à portée universelle, s’apparente à celles de Roberto Arlt et d’ Horacio Quiroga. Certains personnages, comme M Pelice, amoureux et timide, et Mlle Haydée pourraient être ceux d’un conte de Maupassant. Eme

Le conte qui donne son titre au recueil, un bel exemple de l’art d’Haroldo Conti, nous montre le paysage, et même la vie, dans ce coin agreste de la province depuis la perspective de l’arbre, totem protecteur d’une manière de vivre.

“On pense que les journées d’un arbre sont toutes pareilles. Surtout s’il s’agit d’un vieil arbre. Non. Une journée d’un vieil arbre est une journée du monde.
Ce peuplier de Caroline naquit ici même, exactement,  bien que le peuplier De Caroline, à ce que l’on sait, vient par souche et celui-ci poussa tout seul, il se pointa un jour sur cette terre parmi les herbes dures qui la couvrent comme une toison, une autre herbette, une misérable herbette exposée aux vents et au soleil et aux bêtes.  
Et lui, il crut, pendant un certain temps, qu’il n’allait devenir que ceci jusqu’au jour  où il se rendit compte qu’il dépassait l’herbe et quand le soleil vint plus fort et tiédit la terre, il se gonfla en dedans et se raidit et sentait une grande attirance envers les hauteurs, , un désir de grimper en direction du ciel, il comprit même qu’il y avait en lui un chemin, bien qu’il ne sût as encore ce que c’était, il ne le sut que l’année suivante quand les herbes étaient encore plus en bas et derrière les herbes il vit  un grillage et derrière le grillage, il vit un chemin, qui est une espèce d’arbre couché sur la terre avec une branche ici et une branche là, aussi sèches et rugueuses  en hiver et dont les pointes fleurissent en été, car elles aboutissent toutes en une petite mèche de vrais arbres. (…)
Ce fut cet été, quand le soleil était bien haut et l’ombre était plus noire, que l’homme s’approcha enfin de l’arbre. Il le vit venir à travers champs, noir et précis sur le cheval trempé de sueur. L’homme descendit du cheval et pénétra dans l’ombre. Il ôta son chapeau couvert de terre, après regarder vers le haut et aspirer le frais qui tombait des branches, et sécha la sueur de son front avec la manche de sa chemise.    
Puis l’homme, qui semblait aussi vieux que le vieux peuplier de Caroline, s’assit au pied de l’arbre et s’appuya contre le tronc. Peu après l’homme s’endormit et rêva qu’il était un arbre.”

Une manière de vivre à laquelle retourne brièvement Pedro dans Mi madre andaba en la luz (Ma mère allait dans la lumière). Une manière de vivre symbolisée par la table en bois brûlée par les cigares du père, décédé à présent, la cuisinière Carelli où la mère prépare une poule au pot, le bal au Club Sportif et Récréatif, pour rentrer quelques jours plus tard au bidonville de Buenos Aires où il habite et à l’usine où il travaille.

Il traversa le bidonville saluant d’un côté et de l’autre, la valise à la main et le paquet de la vieille sous le bras. Correa, le boiteux, réparait le toit de la cabane tandis que la vieille, dedans, criait comme une folle, c’était sa façon de parler. On entendait plusieurs radios à la fois et, par dessus tout, la voix de fromage de Carlitos «Pueblo» Rolan qui chantait ce chiquichá Ahí viene la ambulancia (Voilà l’ambulance).
«Cascote» se mit à aboyer à peine il tourna au coin. Il lui enleva sa chaîne et il failli le renverser de joie. Il lui fila un coup de pied sans intention et salua Beba qui avait sorti la tête pleine de bigoudis par la fenêtre d’à côté.
Il plia soigneusement les vêtements et la mit dans le carton qu’il avait comme armoire. Puis il mit son bleu et avant de sortir, il compta les billets flétris et gras qui lui restaient. Ça devait lui suffire toute la quinzaine.  Bon, au moins, il était à jour avec le crédit et ce week-end zéro fête. Il pouvait peut-être trouver un petit boulot.
Il retraversa la voie et grimpa le terreplein. Il se pressa, sans exagérer, pour rejoindre les camarades. Ils étaient tous là, Aldo, Beto et Rulo (le Frisé), qui criaient et riaient dans la direction de la masse obscure de la Papèterie.”

Tranquillement, sans plaintes ni protestations. Ce qui donne une forcé d’autant plus grande au portrait de l’injustice sociale.

Ce ton mélancolique, non dépourvu  d’humour, devient, dans Devoción (Dévotion) et Bibliográficas (Bibliographiques), un humour dur y salvateur  pour les protagonistes, un ouvrier qui fabrique des cages, enfermé dans une vie de couple difficile à supporter, et un écrivain débutant grugé par un soi-disant éditeur. Un humour presque impressionniste qui évite à ces hommes de sombrer dans l’enfer.

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D’autres paysages, aussi aimés  par Conti, apparaissent dans les derniers textes, fluviaux et marins, argentins et uruguayens. Il s’agit plutôt d’exercices de mémoire que de contes.

Je remarche les rues vides et faisant un détour je passe, dans cet ordre, devant la maison de doña Miquina, qui doit s’approcher du centenaire, selon elle, grâce au verre d’eau de mer qu’elle boit tous les matins et que j’ai bu  moi aussi avec le bruyant résultat d’une chiasse qui a failli me tuer avant quarante ans, devant chez les Legido, des trotteurs de distances gigantesques, mes amis chéris, Juanea et Poppy qui un jour de soleil, m’a accompagné jusqu’au Cap Polonio avec une robe longue et un sac au petit point rien que pour constater la phrase et la signature imprimées par son père quand il gouvernait cet autre phare monté sur de rudes pierres avec sa lumière blanche qui étincelait toutes les douze secondes et un radiophare circulaire d’une portée de trois cent quatre-vingt milles, qui a éclairé de mémorables catastrophes et les fantomatiques îles de Torres qui, à la distance, ressemblent à une vraie ville.”

En fermant ce livre, il me reste une question sans réponse. Quelle espérance de chefs-d’œuvre brisa la sournoise faux de la dictature quand elle détruisit la vie de l’homme  Haroldo Conti ?
Haroldo Conti, un écrivain qui nous raconta ses villages pour ainsi nous raconter le monde.

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